08 octubre 2007

Yo quiero a Capote




He empezado a releer a mi admiradísimo Capote y llevo 4 días en una nube.

Cuando en los diferentes "test" que he ido haciendo a lo largo de mi vida, me encontraba con la maldita casilla de las "aficiones", nunca he sabido qué contestar. No se si por gallega o por falta de decisión, lo cierto es que no tengo ni idea de cuales son mis "aficiones". ¿Leer? ¿escribir? ¿viajar? ¿follar? ¿el futbol? ¿los toros? ¿el piano? ¿pintar?... Si es que en realidad lo que no tengo es tiempo, pero gustar me gusta todo lo que me produce algún tipo de placer físico o mental, y a mí me produce placer casi todo, en su justa medida.


Cuando eres una persona de extremos sufrimientos, también tienes la grata recompensa de las extremas pasiones. La percepción de las más pequeñas de las cosas es terriblemente cruel: Si eres capaz de agrandar la lupa para los placeres, no podrás evitar ver la parte más descarnada en toda su franqueza.

Me da la sensación de que Capote veía el mundo con una gran lupa, una lupa inconmensurable para su particular Jardín de las Delicias, un mundo lleno de color y de dolor, sin tonalidades medias, sólo al alcance de él mismo.

Mis viajes a la mente de Capote son siempre realmente productivos. La genialidad de la aparente sencillez en una técnica tan absolutamente perfecta me lleva a caer en sus trampas conscientemente, dejándome llevar por este ser atormentado.
Pobre Capote, me impresiona el sufrimiento de su capacidad para ver un mundo en su desnudez que baila la danza de la muerte en su incapacidad para aceptarlo como es.

Hoy en homenaje a este terriblemente atormentado optimista, acompaño un fragmento del prefacio que él mismo escribió para "Música para camaleones":

Mi vida – como artista, por lo menos – puede ser proyectada en un gráfico con la misma precisión que una fiebre, registrándose altos y bajos, ciclos específicamente definidos.
Comencé a escribir a los ocho años, inesperadamente, sin la inspiración de un modelo. No conocía a nadie que escribiera. En realidad, apenas si conocía a alguien que leyera. El hecho era que sólo cuatro cosas me interesaban: leer, ir al cine, zapatear y dibujar. Luego, un día, empecé a escribir, sin saber que me había encadenado, de por vida, a un amo noble pero despiadado. Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación.
Pero, naturalmente, yo no lo sabía. Yo escribía historias de aventuras, novelas policiales, escenas cómicas, cuentos que me había narrado ex esclavos y veteranos de la Guerra Civil. Me divertía muchísimo, al principio. Dejé de divertirme cuando descubrí la diferencia entre escribir bien y mal, y luego hice un descubrimiento más alarmante aún: la diferencia entre escribir bien y el verdadero arte. Una diferencia sutil, pero feroz. Después de eso, cayó el látigo.
Así como algunas personas practicaban el piano o el violín cuatro y cinco horas diarias, yo practicaba con mis lapiceras y papeles. Sin embargo, no mostraba a nadie lo que hacía. Si alguien me preguntaba en qué estaba ocupado todo ese tiempo, les decía que con mis tareas escolares. En realidad, nunca hacía tareas escolares. Las literarias me mantenían totalmente ocupado: se trataba de mi aprendizaje en el altar de la técnica, del oficio, de las endiabladas complicaciones de la división en párrafos, la puntuación, el empleo del diálogo, para no mencionar el gran diseño total, el gran arco que exige comienzo, medio y final. Había que aprender, y de tantas fuentes: no sólo de los libros, sino de la música, de la pintura, de la mera observación cotidiana.
(...) Ya a los diecisiete años era un escritor consumado. De ser pianista, ese hubiera sido el momento propicio para el primer concierto en público. Siendo escritor, decidí que era el momento de publicar. Envié cuentos a las principales publicaciones literarias y a las revistas de distribución nacional(...) Mis cuentos aparecieron, puntualmente, en las mismas.
Luego, en 1948, publiqué una novela: Otras voces, otros ámbitos. Fue bien recibida por la crítica y resultó un best seller. (...) (Algunos comentaron) “Sorprendente que alguien tan joven pueda escribir tan bien”. ¿Sorprendente? ¡Sólo hacía catorce años que escribía, día tras día!
(...) Durante diez años experimenté con casi todos los estilos y formas literarios, intentando dominar una variedad de técnicas, lograr un virtuosismo tan fuerte y flexible como la red de un pescador. Por supuesto, fracasé en varias de las áreas que ensayé, pero es verdad que uno aprende más del fracaso que del éxito. Así fue en mi caso, y más adelante pude aplicar con gran provecho lo que aprendí.

Truman Capote, "Música para camaleones"



No hay comentarios: