23 julio 2007

Mickey Mouse, ese gran chorizo


Hablaba el otro día con una persona que acababa de visitar un famoso parque infantil con sus hijos de tres años. La mujer en cuestión, perteneciente a un círculo social "más o menos de relumbrón" de la más carpetovetónicas de las españas, estaba completamente espantada con el aspecto de "los europeos".

"...Todos con chanclas, pero toooodos con chanclas y algunos hasta con calcetines..."

Después de dedicar unos 10 minutos de conversación a explicar el inefable aspecto de "los europeos", "porque como aquí no se viste en ningún sitio", y que la causa de todo "es que la entrada es tan barata que entra cualquiera" y concluyendo con un "menos mal que no esperábamos colas porque llevábamos la vip-pass"; tuvo a bien explicarnos lo que para mí ha sido una mina de conclusiones:
Pongámonos en situación, mujer de menos de 35 años, educada en el extranjero, universitaria, con master, y hablando 3 o 4 idiomas.

"Lo más incómodo era salir de las atracciones y no encontrar la silla alquilada para el niño y eso que llevaba el nombre en una pegatina. Para que te diesen otra te tenías que ir hasta la entrada del parque, imagínate".
La silla en cuestión es el carrito de alquiler que evita que lleves al angelito de 20 kg. en la espalda cuando se canse del paraiso enlatado de la felicidad con marca. Que suele ser más bien pronto.

Contesté que efectivamente que casi mejor quedarse uno fuera y entrar otro con el niño (que personalmente me lo tomaría como un descanso de tanta pijada), que volver a la entrada del parque cada vez que desaparezca la sillita.

Mirada con ojos desorbitados, cara de incredulidad, movimiento de dedo a izquierda y derecha:
"Nooooo! Si no estaba, se la cogíamos a alguien, yo no vuelvo a la entrada ni loca, que vuelvan los de las chanclas"

"Claro, queeee se busque la vida otro!"
No entendió, obviamente, que era una ironía.

Y yo me pregunto que puedo esperar de esa mujer en un incendio, en una guerra, en una decisión valiente, en mi día a día. Lo más triste es que creo de verdad que es un ejemplo de animal común, es una más de la terrible plaga de mediocridad que nos invade.

Cada día que pasa estoy más convencida de que ahora más que nunca las diferencias de educación y de oportunidades son muchísimo más grandes de lo nunca han sido, tanto para los ricos como para los pobres.
Mucha piscina, mucho inglés y mucha pobreza de espíritu.